Qué fue del «Baño de las mulas»

El «Baño de las mulas» era una pequeña y coqueta playa fluvial silenciosa, tranquila, apacible y solitaria, donde las reses se abrevaban décadas ha. Con el paso de los años se convirtió en una piscina con barandillas. Así se destruye un rincón bucólico.

Así era el Baño de las mulas antes de ser cementado y asfaltado.

Nada tiene que ver este rincón con lo que una vez fue. La laguna Tomilla venía a morir estrechándose su vaso hasta converger ambas márgenes en un punto picudo colonizado de juncos y carrizales vigorosos, donde acudían las reses para beber y las aves a descansar. En los albores del siglo XX se instalaron las compuertas de la toma de aguas de la central hidroeléctrica de Ruipérez, para lo cual se construyó una pequeña presa, y el lugar se transformó. Los muros y caces de cemento invadieron las lomas para transportar el agua hacia la fábrica de luz. Aun así, el rincón todavía era una pequeña y coqueta playa de tierra, tranquila y apacible, donde el baño era relajante y placentero, lleno de avifauna y una rica vegetación palustre, filtro verde del río.

Izquierda: 1956. Derecha: 2018.
[DESLICE EL CURSOR CENTRAL] Justo en el centro, el baño de las mulas. Obsérvese, a la izquierda, la gran presión urbanística usurpando el espacio natural de desagüe de la laguna hacia terrenos inestables, paraje conocido como «Plaza de Toros». A la derecha, la cola de la Laguna Tomilla; obsérvese cómo sus orillas también han sido urbanizadas.

Pero el desarrollismo dio sus primeros zarpazos urbanizando los márgenes de la laguna, primero, y estrangulando después la torrentera formada por las grandes avenidas de mediados del siglo XX, que originaron la poza natural denominada «Plaza de toros». El terreno travertínico inestable (en constante evolución y erosión por el curso del agua) se llenó de chalés y casas de recreo, los primeros bares y chiringuitos, a escasos metros del agua que, poco a poco, seguía erosionando el terreno, poniendo en peligro esas mismas construcciones. Con el paso de los años, y de forma totalmente natural (y esperada), el proceso siempre constante de erosión del agua sobre un terreno calizo siguió su curso. Un fenómeno que, años más tarde, y gracias a la consideración de geólogos, fue protegido al crearse la figura de Parque Natural. Así, un pedazo de terreno, una gran roca, unos cuantos metros de tierra caían al agua por la fuerza de ésta. Naturaleza viva moldeando su tierra, reclamando su terreno, que es como se crearon las propias lagunas y las formaciones kársticas tan características de la zona, las más importantes de la Península Ibérica.

La «Plaza de Toros», aguas abajo de el «Baño de las mulas».

Y llegó la mitad de los años 90 del siglo pasado, cuando las grandes avenidas terminaron con una prolongada seguía y dio paso al resplandor de Ruidera, hidrológico y económico, pues proliferaron nuevos establecimientos y se reabrieron los que se habían arruinado. Todo, en definitiva, parecía un «pan para hoy…» Pero no contentos con lo que la Naturaleza nos regalaba, a principios de los años 2000 la playa se cementó. La suave orilla de tierra y juncos se sustituyó por una auténtica piscina de duro suelo gris y bordes rectangulares, a los que se añadieron unas horrendas barandillas y escaleras metálicas. Sólo unos pocos años más adelante se asfaltó lo poco que quedaba para convertir el terreno aún virgen en un aparcamiento negro sobre el que descansan vehículos (incluidos grandes autobuses) a escasos metros del agua. Y desapareció así (y para siempre) el «Baño de las mulas».

Poco queda del original y bucólico «Baño de las mulas».
Una playa transformada en una piscina.
Cuando la sequía da un zarpazo, el lugar es desolador, una piscina vacía.

Héctor Campos, escritor y fotógrafo.