El incivismo y la masificación de los turistas amenazan el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera. Así se ha constatado esta primavera y se comprueba al inicio de este verano, cuando hordas de turistas incumpliendo tanto las medidas preventivas por el Covid-19 como el más mínimo sentido común de limpieza y sanidad, han puesto en peligro la vida de los vecinos, por un lado, y del propio parque natural, por otro.

Papeles, toallitas, pañuelos, bolsas, clínex… No es lo que uno espera todo esparcido en una ciudad. Y mucho menos, en un parque natural. Pero es lo que desde hace semanas se ha podido encontrar el visitante del de las Lagunas de Ruidera. Ni la crisis del Covid-19 parece haber contribuido a una concienciación por parte del turismo, y se ha puesto de manifiesto la necesidad de imponer un aforo controlado y más vigilancia, precisamente en uno de los parques naturales que más masificación y estacionalidad estival sufre. Pero, sobre todo, un cambio en el modelo socioeconómico de la zona, una mejora de la calidad del turismo y una pedagogía naturista ya insoslayable.

La oportunidad planteada a toda la Humanidad para cambiar nuestro modo de vida se ha quedado en agua de borrajas según los lugareños han podido comprobar in situ: el año que parecía ser más «tranquilo» (y debiera haber sido más cívico) en cuanto a visitantes se ha convertido en una avalancha de turistas aun con las medidas de confinamiento y restricciones vigentes.
La propia alcaldesa de Ruidera, Josefa Moreno, en declaraciones a Cadena Ser, aseguraba: «Este junio ha venido más gente que ningún otro año». Pese a que se anunció a bombo y platillo un incremento de vigilancia por parte de la Guardia Civil para sobrellevar este verano, la Alcaldesa de Ruidera lo desmiente, y se lamenta: «No va a haber un refuerzo como pedimos, porque con el Covid han estado trabajando estos días y ahora tienen que coger vacaciones, así que el dispositivo no está completo y no van a poner el refuerzo, así que va a ser más o menos el mismo.»

El Ayuntamiento sí ha puesto a dos vigilantes para controlar el aforo, medida impuesta para autorizar la apertura del lugar a los visitantes. Pero la alcaldesa se lamenta de que, en ocasiones, eso es insuficiente: «Todos los días hay mucha gente, también entre diario, pero los fines de semana es muy difícil controlar el aforo, aun con vigilantes. La gente no lo acepta, y hay que estar luchando con ella para que se cumpla el aforo.»

Desgraciadamente la idea de las Lagunas de Ruidera como un parque acuático o unas simples piscinas para refrescarse en verano es una idea que se sigue perpetuando en los medios de comunicación, y va calando en el inconsciente colectivo, que la ha asumido, despreciando los valores paisajísticos, naturales, ecológicos, etnográficos o arqueológicos, que ofrecen unas visitas mucho más sosegadas y gratificantes en los meses otoñales e incluso invernales.
Los expertos ya han relacionado la relajación evidente por parte de los turistas con un peor comportamiento por su parte debido a esa causa: «Al no saber dónde están, al ignorar que es un parque natural, una zona protegida, frágil, sino concebirlo como un lugar de recreo, para bañarse, desconocen los impactos negativos que tienen sus acciones y su comportamiento». En otras simples palabras: turismo sin calidad es igual a degradación del entorno.

Basta esta entradilla del locutor de dicha entrevista en la Cadena Ser como muestra: «Yo lo primero que he hecho el fin de semana que he tenido libre ha sido pegarme un chapuzón en un lugar mágico: las lagunas de Ruidera, porque están preciosas de agua… Para hacer la postal del verano…» Durante toda la entrevista, de casi un cuarto de hora de duración, no se dijo en ningún momento que es un parque natural, con sus normas de obligado cumplimiento, y sus limitaciones. Aunque gracias a las quejas de la alcaldesa sí se trataron los problemas que amenazan un lugar tan frágil: la masificación y el incivismo de los visitantes, que dejan la basura sin recoger: «Hemos empezado a poner carteles para multar a la gente, porque no se conciencia de eso. Insto a la gente a que sea responsable en limpieza, que no dejen residuos, que cuesta muy poco llevarte tus desperdicios en una bolsa, y no da la mala imagen que dan ahora mismo las lagunas. Hacía tiempo que no se había limpiado y estaba fatal todo, de clínex, de la gente por orinar en todos sitios… Como no hay baños… Eso da muy mala imagen.»

Una de las soluciones pasaría por desterrar de una vez la estacionalidad veraniega del parque natural, que hipoteca la economía local a prácticamente dos meses al año en los que los empresarios llenan las arcas y se pueden permitir el lujo de pasar el resto del año sin casi visitantes. Por eso sobreprotegen el turismo estival y no quieren oír ni hablar de limitaciones. El problema es que, si hubiera que clausurar el parque natural, por ejemplo, por un brote de coronavirus (algo factible en cuanto hubiera un foco de contagio), la economía local se llevaría un zarpazo importante. Si se escalonase el turismo a lo largo del año, la economía local podría recuperarse en otoño, invierno y primavera. Así, Ruidera y todo su entorno no sería tan dependiente, podría asumir los contratiempos estivales y conservaría mucho mejor sus valores naturales, hoy en peligro (según los expertos) por la masificación veraniega y un turismo barato de sol y playa que degrada el entorno.

Ya no hay excusas: todos están de acuerdo en que hay mejorar la calidad del turismo, trabajar en su concienciación, informar que están en un parque natural y obligar al cumplimiento de sus normas, espaciar la afluencia a lo largo del año y limitar los usos para asegurar su conservación, que es la superviviencia de sus vecinos. El «todo vale» ya no vale.

Héctor Campos, escritor y fotógrafo.
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