Diez años no es nada…

Portada del libro de Salvador Jiménez, editado hace diez años.

«Veinte años no es nada» decía la canción. Pero diez, sí. Porque hace más de una década, Salvador Jiménez Ramírez publicó un valiente libro fotográfico (“Fotos de la indolencia y la inconsciencia”) donde denunciaba la degradación constatada y objetiva de un entorno que ha amado desde su nacimiento: las lagunas de Ruidera. Recopiló decenas de instantáneas tomadas durante los treinta años del parque natural. Desde las barbacoas incontroladas hasta las acampadas libres sobre las barreras tobáceas. Desde los desperdicios esparcidos fuera y dentro de las lagunas hasta los aparcamientos masificados. Desde los detergentes y espumas que se mezclaban con manantiales hasta cubos de basura rebosantes durante semanas… Su único objetivo fue lanzar un aviso, un grito de rabia y una petición de ayuda para evitar la muerte de un lugar maravilloso que ha disfrutado toda su vida. Los expertos han demostrado que cuando un hecho punible o reprobable, en vez de silenciarlo u ocultarlo, queda expuesto a la opinión pública, los responsables se lo pensarán la próxima vez, porque se dan cuenta de que sus acciones tienen consecuencias y generan una reacción en otras personas que les afean el comportamiento. Se crea así una conciencia positiva que beneficia al lugar afectado. Si no fuera así, el comportamiento reprobable (la anomalía) se normalizaría y se repetiría eternamente. Así que el libro de Salvador era la mejor manera de ayudar, de amar, de preservar y de respetar las lagunas: exponiendo los errores históricos (para evitar su repetición) y denunciando los actuales (para corregirlos). ¿Hay mejor y más loable acción?

Foto: Salvador Jiménez. Julio 2020

Desgraciadamente, el raciocinio de algunos confundió el mensaje: creyeron que iba “en contra del parque” en vez de contra quienes lo estaban destruyendo. La realidad: era un alegato manifiesto y abierto a favor del parque natural como jamás nadie hizo. En vez de darle las gracias, le atacaron hasta pedir su destierro. Afortunadamente el único “Torrente” fue el de las propias lagunas llevando el agua de aquí para allá. Pero su grito en forma de libro fue ninguneado y la mierda (¡oh, palabro!) siguió depositándose durante años (sin coronavirus), sedimentándose en los lechos y esparciéndose, en fin, por los bellos paisajes. Y Salvador sufría al ver su tierra maltratada. Extrañamente, nadie parecía percatarse de esas basuras y esos comportamientos incívicos, salvo algunos pocos quijotes que gritaban en el desierto y eran obviados (cuando no amenazados) para cerrar sus bocas (o sus teleobjetivos).

Hoy la alcaldesa de Ruidera y el alcalde de Ossa de Montiel piden decencia y civismo a los turistas y que dejen de contaminar, vistas sus últimas “actuaciones” en las lagunas y tras las denuncias fotográficas de la asociación “Lagunas vivas”, no muy diferentes, si acaso menos “impactantes” incluso, que las de Salvador hace diez años. Esperamos que al menos a partir de ahora los ediles (y los vecinos) tengan más en cuenta a quienes luchan por la conservación, que comprendan que sólo quieren lo mejor para su pueblo y su entorno, aunque para ello tengan que “mancharse” los ojos fotografiando a lo que nadie quiere fotografiar. En cualquier caso, aplaudimos si la conciencia se removió y una nueva corriente tiene su peso en el hacer diario del entorno. Todo sea por cuidar este parque natural. ¿No es acaso lo que queremos todos? Aunque sea diez años tarde…

Foto: Salvador Jiménez, julio 2020.

Héctor Campos, escritor y fotógrafo.