Pilastras orgullosas

La Historia se encarga de hacer una criba simple: sobrevivierán los nombres de personajes relevantes; el resto seremos olvidados. Nadie sabrá quién era yo dentro de no mucho tiempo, pero Cervantes seguirá riéndose de la muerte, que es el olvido. Por qué proezas o hazañas será recordado cada uno de esos «genios» es cuestión casi arbitraria, mas aun injusta en ocasiones. Lo mismo sucede con algunos (bastantes) genios olvidados, ignorados o llanamente ignotos (por esa ramera que llaman suerte, o aquella otra «casualidad»).

En cualquier caso, los supervivientes gozarán de cargos, títulos, oficios u otros atributos de prestigio. Por eso, las clases bajas (que por puro eufemismo ahora se ha venido en llamar «clase media», agrupando en ese conglomerado extraño a cuantos estratos sociales antes respondían a «clase obrera», «trabajadora», etc., -y bien orgullosos de su condición-) han buscado maneras de alcanzar la inmortalidad, el reconocimiento o, cuanto menos, un simple recuerdo para la posteridad.
Así, al igual que Velázquez firmó sus Meninas y Cervantes su Quijote, Don Benito Carmelo (fíjense cómo usamos ese tratamiento de respeto, derivado del «dominus» latín, «señor», antiguamente reservado sólo a personas de alto rango social) dejó su petroglifo sobre estas pilastras que levantó hace noventa y dos años en las inmediaciones del margen izquierdo de las lagunas Santos Morcillo y Batana. Hace tiempo nos topamos con ellas y fue imposible resistirnos a inmortalizarlas con nuestra cámara.

«Pilastras Del año 1928 hechas Por Benito Carmelo el Gandul»

Nos llama la atención que sea el propio Don Benito quien incorpore a su firma, con la que hizo su intento de pasar a la inmortalidad, su apodo («el Gandul»). No sabemos si el hombre asumió con buen humor, quién sabe si ironía, dicho apodo, que actualmente tiene un tono despectivo y hace referencia (según la RAE) a los tunantes y holgazanes. O quizá proviniera de su familia, muchos años atrás, de su originario significado: miembro de una milicia de los moros de Granada y África. «Es curioso observar cómo la palabra ‘gandul’ ha quedado en el español corriente para designar a un vago, a un hombre que pudiendo trabajar y hacer algo de provecho se dedica a la holganza. De ‘gandul’ se ha formado incluso un verbo, ‘gandulear’. (…) Originariamente el ‘gandul’ era el miembro de una especie de milicia urbana.» («Los moriscos del Reino de Granada», de la «Biblioteca de Julio Caro Baroja», 1995). Viendo su obra no creemos que Don Benito fuera un gandul (en su significado actual), por lo que quizá, como dijimos, adoptara con orgullo ese apodo de algún familiar granadino o moro.
Cerca encontramos otra pilastra, pero firmada esta vez por Don Isidoro Rodríguez. Quizá resulte absurdo el comentario (demagogos nos llamarán), pero comparamos la caligrafía de estos albañiles de hace casi un siglo con la mayoría de los grafitis actuales (aunque hay notables excepciones) y apreciamos una clara diferencia en estilo, forma, cuidado, esmero y elegancia. Ignoramos a ciencia cierta el objeto de estas pilastras, posiblemente asociadas a las centrales hidroeléctricas (cercana está la de Santa Elena), o quizá mojones para las lindes.

Don Benito Carmelo «El Gandul» probablemente nunca imaginó que su nombre, que su pilastra, que su trabajo sería visible en todo el mundo casi cien años después. Sirva así, pues, como humilde homenaje. Como un intento de inmortalidad ajena.


Héctor Campos, escritor y fotógrafo.