La misteriosa barcaza en la laguna del Rey, en tiempos de mi infancia (I)

CAVILACIONES EN RUIDERA, POR SALVADOR JIMÉNEZ RAMÍREZ

Cuando no se publicaban tantas Órdenes, Planes, Decretos, Borradores y Prólogos de Leyes; ni estropicios causados por pandemónium y bataholas de individuos, haciendo lo que les viene en gana, en busca de experiencias eróticas, disimuladas y pícaras; con su felicidad, valores y orden imaginados, vanidoso y tonto pavoneo; había días en los que el paisaje era como el destello de acciones de la inmaterialidad absoluta; de la eternidad de la “consciencia” cósmica, por siempre no revelada ni conocida… Todo intercalado en un incomprensible holograma…, distinto y sin mezclarse… Se sentía como el “Ser” de un todo, cósmico e infinito… La pureza, claridad, colores e iridiscencias del valle, contemplado desde las cumbres de los montes, parecían expresiones de composiciones, realizadas por la “mente” de un universo con incontables dimensiones y tiempos cuánticos…

Ciertos días de menos bregar; de más sosiego y cierta religiosidad, personas mayores del vecindario, encaradas y señalando hacia el lienzo mágico de la Laguna del Rey, narraban: “cuando tenía menos ova el agua, desde la ladera del Cerro de las Canteras, se divisaba una barcaza grande en el fondo, que cualquiera sabe de quién sería y desde cuando estaba ahí…”. Terqueaban y mezcladas supercherías, enredos, porfías y dichos de “dejaros de tanto cuento…”; el criterio más generalizado y creíble, era: “…; si aquel barcucho y que lo tenían aquellos señores de antaño; aquellos que no comían en el día presente, de lo sobrado el día pasado; que eran los amos de to lo que alcanza la vista y más, pa cazar patos y recorrer de paseo la Laguna del Rey, llegando hasta la Colgá… Y los jefes de la Fábrica de la Pólvora y de la Casa del Rey; que entonces le decían ‘Casa de la Fábrica’, y luego ‘Casa de don Antonio’, tres cuartos de igual… Y antes de aquellos tiempos; –se extendía el repipi– se comentaba que la hija de un rey, que le decían Felipe cuarto o quinto; que tenía mucho haber de molienda en Alameda de Cervera, cuando en Ruidera había una casa muy antigua, que le decían del Rey como la de ahora y que vino por Ruidera una Infanta y la pasearon en el barco aquel; por esta laguna y por la de más arriba…”.


Antes de construir la “Fábrica de la Pólvora” y la “Casa del Rey” nueva, (remozada, la “gramática” arquitectónica de la segunda, probablemente, en el reinado de Carlos lll) no sería estrambótico pensar, que alguna Infantesa, en busca de experiencias viajeras, pudo arribar a estos lares tan peculiares… Por tanto, lo almacenado en la memoria colectiva lugareña, tendría algo más de verdad que de mentira.

El periodista inglés Bogue Luffmann, en el relato de su viaje a Argamasilla de Alba-Ruidera, el verano de 1893, hasta llegar a la Cueva de Montesinos, escribió: “Durante una o dos horas anduvimos por el estrecho valle pasando batanes y trigales, hasta que llegamos al lugar donde las colinas se aproximan por cada lado. Aquí debía haber alguna construcción antigua, –(se refería al conocido ‘Castillón’, poblado de la Edad de los Metales)–mostrando los restos de muros y grandes sótanos bajo el suelo… Julián –(Julián era el guía)– no me pudo decir nada sobre ellos, salvo que una Infanta había realizado un viaje desde Madrid para ver estas ruinas. Poco después de las ruinas apareció la cascada delante de nosotros, con su preciosa vista…”. Era el chorro de “El Hundimiento” al que Luffmann denominó “Cascada de Lunamontes”, que era como se conocía entonces el torrente.


Lo que parecía ser una fantasía aldeana, respecto de la misteriosa barcaza, pasó a ser una realidad (en parte), cuando los quintos de los reemplazos de aquellos años; un día de juerga y porfías, localizaron una embarcación hundida y bastante enfangada en el fondo de la “Laguna del Rey”, en la perpendicular del “Baño de las Mujeres”, que en absoluto guardaba relación con la traza de los barquichuelos de los pescadores nativos, (en la foto, el lugareño Ulpiano, alias “Calabazo” en un barcucho autóctono) dedicados a la pesca clandestina de bogas y barbos, con trasmallos y otras artes, como eran los garlitos, para la captura de cangrejos. Tras bastante esfuerzo, varias tentativas y harto rebullicio; utilizando sogas, garios y otros artilugios, los mozos consiguieron sacar a flote, un pecio muy deteriorado, el cual, por su mal estado, sería hundido al poco tiempo…

Aunque, junto con otros chiquillos, llegué a subir en aquel misterioso armazón de madera, podría marrar al describirlo, ya que yo era un crío ungido por episodios primeros de la vida, de imprecisión y distraimiento… Recuerdo, no obstante, que era una barcaza longa, de parecida estampa a la de los pescadores del lugar, pero de mucha más envergadura y diferente estructura. La proa y la popa menos agudas y con más del triple de eslora; con asientos- camoncillo en ambos costados, donde podían sentarse, entre babor y estribor, una docena de personas. Por tanto, se trataría de un “barcón” de recreo de una acaudalada estirpe; dueña y señora del ámbito montano y lacustre, utilizada para sus viajes de refocile y “uliseicos”…
Vagamente me acuerdo que, tanto a babor como a estribor, presentaba varios boquetes, alguno a consecuencia del paso del tiempo, pero el resto habían sido causados por impactos o golpes muy contundentes en la línea de flotación del casco. (Finaliza en el siguiente capítulo).

Al fondo, la laguna Del Rey