Ruidera y el turismo: ¿adónde queremos ir?

ANALIZAMOS NUEVAS PROPUESTAS PARA UN NUEVO TURISMO REAL, SOSTENIBLE, VIABLE [Y RENTABLE] PARA RUIDERA.

El mundo ha cambiado. Los expertos señalan que impera cambiar también las tornas y reinventarse. No tiene por qué ser un problema, sino una solución que garantice (de verdad) el futuro socioeconómico de la zona. Para ello volvemos a contar con el Dr. Pedro R. Moya-Maleno, que analiza las causas y, sobre todo, dicta propuestas muy interesantes; quien sepa aprovecharlas tendrá ventajas sobre el resto.

Un falso tabú
Hay un aspecto que desde ciertos estamentos se trata de imponer como un tabú inabordable: el turismo consolidado. Y, dentro de ese tabú impuesto, subyace otro mayor aún: la crítica hacia él. Pero todos queremos garantizar el futuro de la región. Y para mejorar es inevitable una crítica sana. Por eso hay que buscar soluciones sin prejuicios ni clientelismo. Ya no tienen cabida actitudes caducas y obsoletas. Esta es una nueva era.

Imágenes de otra época… pasada.

Críticas sanas para mejorar
Desgraciadamente se ha entendido mal el debate turístico en esta región: quienes se atrevieron a abrirlo fueron tildados de traidores, cuando no de malas personas que sólo querían ver morir a su propio pueblo. El absurdo, fruto de una manipulación malintencionada de quienes están acomodados en el inmovilismo. Complacientes, tanto los políticos como los medios de comunicación les siguieron el juego, acallando cualquier alternativa, por muy lógica y viable que fuera. La realidad: esos valientes discordantes, amantes de su tierra como el que más, eran aplaudidos por expertos de muy amplias disciplinas, pues buscaron soluciones para garantizar a largo plazo (aquí está el quid de la cuestión) la supervivencia de sus vecinos (para todos, no sólo para unos pocos privilegiados).

Un debate sano y pacífico
No hay mejor manera de querer a tu tierra que reconocer sus errores. Ni mayor problema que quien no quiere verlos. El ostracismo fruto de la incomunicación en un pequeño pueblo aislado del mundo, permitió que auténticos «matones a sueldo» amenazaran, agredieran y difamaran impunemente a quienes se atrevieron a abrir el debate. Afortunadamente hoy esa violencia debiera desaparecer, pues es más fácilmente denunciable gracias a un mundo comunicado instantáneamente; nadie está ya tan solo ni aislado. En pleno siglo XXI, esos comportamientos (en tierras civilizadas) son parte del pasado (tienen que serlo). Ningún discurso tiene ya cabida con violencia. Nada desacredita más. Hoy la sociedad ha evolucionado e impera usar la palabra.

Muchas cosas chirrían en esta estampa. Hay que aprender a mirar.

Un turismo rancio y obsoleto
Porque nadie quiere en realidad perjudicar a nadie, sino mejorar una situación (nadie puede negarlo) crítica. Y eso pasa por algo indiscutible: durante décadas, el turismo (organizado y espoleado por las administraciones locales y regionales) apostó por Ruidera de una forma monotemática: verano y playa. El desarrollismo (desde los años 60 en adelante) inculcó la idea de un turismo barato importado del modelo de la costa mediterránea. Al igual que la caza del bisonte, fue muy rentable… hasta que el bisonte se extinguió. Como no queremos que ese bisonte metafórico de Ruidera se extinga, nos es imposible mirar hacia otro lado. Y como somos simples divulgadores, buscamos opiniones en los expertos.

Usurpación de la orilla por las mesas de un chiringuito.

La ignorancia del turista mata el parque
Esos expertos dicen que el desconocimiento por parte del turista de dónde está (en un Parque Natural) causa estragos. De hecho, una mala gestión de este parque, pensando en él sólo como en un espacio de baño, ha inculcado “una visión de este entorno más cercana a una playa de interior que a un entorno natural protegido. Esto favorece (…) que el visitante medio no sea plenamente consciente del entorno en el que se encuentra (…), de su impacto en el medio y de las posibles consecuencias negativas de sus acciones”, apunta Alberto Plaza Grueso en su trabajo de fin de máster “Análisis de riesgos naturales en el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera -Albacete y Ciudad Real-: prevención y gestión” (Universidad de Alicante, 2019).

«El visitante medio ignora el entorno en el que está, su impacto en el medio y las consecuencias negativas de sus acciones.»

Estacionalidad radical
El problema: pensar en las lagunas de Ruidera como en una gran costa de interior, imagen artificiosa fomentada con la construcción de playas (con la consiguiente destrucción de su valiosa flora y la precipitación de terrígenos que amenazan la toba formadora del típico travertino ruidereño) y la instalación de chiringuitos en las orillas (que suelen anegarse cuando suben los niveles). Una modificación sustancial del paisaje que atrajo a hordas de turistas desubicados, con flotadores, bronceadores, toallas y bermudas de colores. Y todo lo que ello conlleva: aparcamientos en las orillas, con los morros de los automóviles besando la lámina de agua. Basuras. Ruidos. Humos. Incivismo. Una masificación estacional perjudicial, como Alberto Plaza advierte: «El volumen de turistas en los meses fríos es muy reducido (…). Por lo tanto, se puede hablar de una más que clara y marcada estacionalidad, que constituye uno de los principales problemas del turismo en la zona y que se corresponde más con las características de un turismo de sol y playa que con las propias del ecoturismo (…).» Esa estacionalidad extrema hace que el mes con más visitantes (agosto) tenga doce veces (¡12!) más turistas que el que menos acumula (febrero).

Fuente: «Análisis de riesgos naturales en el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera (Albacete y Ciudad. Real): prevención y gestión.»

«Reyes» poco rentables
De hecho, sólo los meses de temporada alta (junio, julio y agosto) acumulan más visitantes (212.774) que septiembre, octubre, noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo y abril juntos (186.948). Esas desbordantes cifras hicieron creer que eran la panacea a la despoblación que sufre la comarca. Verlo todo lleno de gente daba una falsa sensación de seguridad económica. Así que, durante décadas, se trató a los veraneantes como a reyes, al creer que con su llegada arribaba también el dinero. Craso error: pocas familias de la zona comen en realidad de esos turistas, pues son pocos los establecimientos «privilegiados» asentados en los lugares más concurridos (básicamente, los primeros que llegaron antes de declararse públicas las aguas y orillas del parque). Un monopolio mantenido durante décadas que permite, incluso, cobrar por bañarse en un río de aguas públicas.

Pintadas aparecidas en un panel del parque que reflejan el descontento de algunos turistas.

Fiambreras de casa
Y aun así, vemos cómo la mayoría de los turistas traen sus propias comidas en fiambreras, sus propias refresqueras llenas de bebidas… Vemos cómo se van el mismo día que llegan… Sólo dejan desperdicios y orines, como se pudo comprobar (y denunciar, incluso por la propia alcaldesa) esta primavera y verano (pese a las restricciones a la movilidad por el coronavirus), cuando la suciedad campó a sus anchas.

Foto: Salvador Jiménez. Julio 2020

Atraer al turismo responsable
Quienes quieren proteger este turismo suelen contestarnos que el comportamiento irresponsable de unos pocos (¿realmente son unos pocos?) no justifica un cambio del paradigma turístico de la zona. Durante muchos años así lo creímos: «Es cuestión de educar a quien viene», pensamos. Y fueron numerosas las oportunidades dadas, las campañas medioambientales realizadas, los esfuerzos concienciadores completados… En vano: hemos comprobado que desde hace más de veinte años los comportamientos incívicos siguen siendo los mismos, si no peores. Miramos a otros entornos naturales protegidos en los que el turismo sí se comporta responsablemente. Y nos preguntamos envidiosos: ¿por qué aquí no? Nos encojemos de hombros y acudimos a los expertos. Los psicólogos dan un dato clave: «Una persona no va a cambiar su forma de ser de la noche a la mañana, y menos cuando se va de vacaciones, que es un momento en el que se desinhibe, rompe incluso con sus propias normas (por ejemplo, en su forma de vestir, que sacrifica por la comodidad). Quien es responsable y cívico quizá pueda seguir siéndolo en todo momento, en mayor o menor medida; pero quien no lo es no va a cambiar por arte de magia sólo porque lea en un cartel que no se puede tirar basura; le da igual. Y si encima llega a un lugar lleno de gente igual que él, no se va a cortar un pelo.» ¿Es posible que estemos atrayendo a un turismo no sólo barato, sino inculto y degradante, mientras otros espacios naturales han logrado enamorar al turista responsable y cívico?

Foto: Salvador Jiménez, julio 2020.

Comportamiento en manada
Somos animales que nos comportamos en manada: hacemos lo que vemos: «Incluso aunque sepamos o intuyamos que está mal: si lo hace el de enfrente, ¿por qué no lo voy a hacer yo?» Contactamos con una popular YouTuber que ha colgado un vídeo en el que se la ve junto a su pareja saltándose las barreras que delimitan zonas protegidas del parque. Pisotean tobas y travertinos frágiles, estromatolitos y formaciones protegidas. La advertimos de que está prohibido y por qué lo está. Nos responde: «Vimos que todo el mundo lo hacía. Sé que eso no lo justifica, pero al ver a todo el mundo haciéndolo no lo pensamos. A partir de ahora pensaré que si hay una barrera será por algo.»

Cartel de «Zona protegida, no pasar» destruido, y gente en la zona protegida.

Lo que nos merecemos
Tras décadas de intentarlo, ya no podemos achacar el problema simplemente al incivismo de unos pocos. Los expertos han comprobado empíricamente que un turismo barato e inculto degenera en comportamientos similares. Todo sería distinto si el comportamiento general fuera ejemplar, pues coartaría a los cenutrios. ¿Estamos espantando a ese turista inocuo, responsable, inteligente y modélico? ¿Tenemos lo que nos merecemos?

«El baño, una actividad sana y reconfortante, ha dejado de ser la recompensa tras un día de paseos y aventuras para ser la única actividad del turista.»

Ir a Altamira y no ver las pinturas
Nadie niega que Ruidera posee un atractivo para el baño en verano. Su práctica es ancestral, pues el Hombre siempre usó los humedales para tal menester. Pero lo hacía de forma natural, inocua e integrada con su entorno: entre juncos, mimetizado con su entorno. Las administraciones han corrompido esa práctica y la han convertido en el producto de consumo principal, desfigurando el paisaje. Lo que otrora era el momento final del día, para descansar y reponer fuerzas, se ha convertido en el reclamo estrella: llegar a una playa, aparcar bien cerca del agua, extender la toalla, montar la mesa plegable y pasarse el día sin hacer absolutamente nada. Que es como tener permiso para entrar en la cueva de Altamira y quedarse en el aparcamiento escuchando música. Si los gobiernos han apostado por este tipo de turismo, ¿qué calidad esperan de él? ¿De qué se sorprenden?

«Preguntamos a los turistas qué es un batán, y nadie responde. Preguntamos en qué laguna se están bañando; ninguno acierta. Nadie sabe qué es una toba o un travertino. Nadie sabe dónde está.»

El turista no sabe ni dónde está
El turista lo recibe como un placebo y se pierde el resto del parque. Su verdadera riqueza queda muy lejos del turista medio. Hace años hicimos un experimento simple: preguntamos a algunos visitantes por la laguna en la que se bañaron. En el entorno de la laguna del Rey nadie supo dar ya no sólo con su nombre, sino con ninguno de las que componen el parque. Probablemente ni siquiera saben que tienen nombre. En otro popular lugar repetimos el experimento donde se están bañando numerosas familias: «El Baño de las mulas», responden, ignorando que en realidad es la laguna Tomilla. Preguntamos si han visitado, o siquiera conocen, lugares como la Cueva de Montesinos, el Castillo de Rochadrida, el de Peñarroya, la cañada de las Hazadillas… Nadie sabe nada. Preguntamos qué es un batán, y las caras son de pura sorpresa. ¿Y las tobas, los travertinos? Ríen; les hacen gracia esos divertidos nombres. Son conscientes de su propia ignorancia, pero ninguno se muestra arrepentido; sentimos que empiezan a impacientarse: quieren volver al agua, unos; a la paella, otros. Insistimos: ¿sabían que aquí había molinos? Dicen que sí, que salen en el Quijote («Los gigantes, ¿no?»). No; nos referíamos a molinos de agua; jamás hubo molinos de viento en esta zona.

Esos turistas se marcharán recomendando a sus amigos un lugar maravilloso y “muy barato”. Pero, sobre todo, sin tener ni idea de dónde han estado. ¿Quién tiene realmente la culpa? Dejemos de mirar para otro lado.

Un turismo barato e inculto depara en comportamientos incívicos. Lo dicen los expertos.

Ya no vale el «todo vale»
¿Está espantando este turismo barato a otro de más calidad? Entramos en una página web de alojamiento rural y leemos las opiniones de viajeros que acudieron a Ruidera buscando un parque natural para desconectar y descansar en plena naturaleza: “Un pub cercano no dejó de emitir música a altas horas de la madrugada. Había decenas de jóvenes yendo y viniendo para comprar bebidas alcohólicas y hacer botellón. No nos dejaron pegar ojo. No me podía imaginar algo así en un parque natural.” Está claro: el viajero de calidad demanda un turismo a su altura. Y si no lo encuentra, se larga. Y no volverá. Y hablará mal de nosotros. El “todo vale” ya no vale. Cada cosa, en su sitio. Ruidera podría ser, más en tiempos de pandemia, el destino de un tipo de turismo que dejaría más dinero y menos basura. Ruidera tiene unos valores únicos que lo diferencian del resto; saber aprovecharlos es hoy crucial para su supervivencia.

«Nadie quiere cambiar nada. Y si lo hace, vamos a por él por salirse de la norma. Aunque lo esté haciendo bien. Es nuestro cainismo.»

Una estampa extraña para un parque natural.

Ciegos ante una realidad
Hablamos con Pedro R. Moya-Maleno, Doctor en Historia con Mención Europea por la Universidad Complutense de Madrid: “Estamos ciegos ante una realidad: hay mucha gente que demanda otro tipo de turismo que va a generar más necesidades, más alojamientos, diferenciar entre una paella o hacer buena cocina, en todos los ámbitos.” Un ejemplo ilustrativo del problema con la calidad turística actual: la gastronomía. ¿Cómo es posible que, en pleno corazón de La Mancha, cuna del Quijote (obra llena de referencias culinarias) sea harto difícil encontrar una cocina verdaderamente tradicional? Churrascos, paellas, gazpachos, tortillas… campan a sus anchas, y a mucha honra. Pero ¿dónde están los duelos y quebrantos? ¿Dónde, las calderetas, los atascaburras, el pisto, las migas ruleras…? Encontraremos esos platos, desde luego, pero con dificultad. Pedro da su opinión: “Hay un problema: ¿hacia dónde se quiere ir? Muchas veces es dejadez y conformismo. ¿Para qué voy a cambiar si ya tengo a mis parroquianos? Pero esos parroquianos se están muriendo… Es un pensamiento que siempre se nos achaca los manchegos: la indolencia, la pasividad, el cainismo… Nadie hace nada. Y si alguien lo hace vamos a por él por salirse de la norma, aunque lo esté haciendo bien. Se ve en la agricultura: el primero que plantó pistachos era al apestado. Pero cuando empezó a recolectar y tenía las cosechas vendidas incluso antes de recolectarlas… ¡toda la gente como loca al pistacho! Son formas de pensar.”

En la imagen, una zona aún preservaba de la laguna Lengua, tesoro para el senderista.

«Estamos ciegos antes una realidad: hay mucha gente que demanda otro turismo que va a generar más necesidades.»

Hay más paisajes en Ruidera que playas artificiales y asfalto.

Nuevas generaciones; nuevas demandas
Esa forma de pensar se puede cambiar. Así lo han hecho en otros destinos turísticos con gran éxito. Ruidera no puede quedarse atrás. Pedro continúa con su análisis: “Es un problema incluso de mentalidad de la gente: según ha funcionado la emigración en los últimos 60 años, somos una gente que nos hemos avergonzado de nosotros mismos. Hay mucha gente que emigró y que jamás va a entender el volver a pueblo, porque creen que es un fracaso. Porque se tiene la idea del pueblo de cuando no había ni alcantarillado. Así que causa rechazo volver a ese recuerdo nauseabundo.”

«Lo que se tira porque huele a viejo podría estar formando colecciones en museos.»

Nuestras tradiciones auténticas
Esa visión del pueblo está cambiando: si algo nos ha dejado la pandemia es una revalorización de los pueblos pequeños, de sus recursos y de su calidad de vida. Durante muchos años la región se avergonzó de su propia historia, de sus propias tradiciones, de su propia idiosincrasia. Y se sustituyó por placebos ibicencos, mediterráneos, pastiches importados e impostados, estilos falsos… “Todavía hay gente no quiere saber nada de lo que son tradiciones. Pero los que venimos después sí demandamos esa identidad, saber más. Todo lo que se tira porque huele a viejo podría estar formando colecciones en museos. Eso es un paso.” Cambio de mentalidad: nuestro pasado es valioso. No hay que sustituirlo por inventos absurdos.

Castillo de Rochafrida. Nuestro pasado olvidado.

«Hay gente que no quiere saber nada de tradiciones. Pero los que venimos detrás sí demandamos esa identidad.»

Un futuro real impone proteger (de verdad) estas estampas.

El clientelismo
¿Y cuáles son nuestras tradiciones? ¿Cuáles son nuestros valores? ¿Cuál es nuestra riqueza? A lo más elemental del paisaje, habría que sumar muchas otras tradiciones perdidas que el turista desconoce: las caleras, las yeseras, el esparto, el carbón, las canteras… Por no hablar de arqueología. Resulta decepcionante que en la actualidad no se pueda visitar ningún batán rehabilitado, ninguna central debidamente acondicionada, ninguna motilla, ningún yacimiento, ningún museo (pese a tenerlo, cerrado a cal y canto desde hace años). ¿Por qué? Pedro intenta responder: “Hay que crear museos dinámicos, que todos los niños del campo de Montiel pasen por ellos todos los años. Yo creo que poco a poco se puede hacer. Pero estamos condicionados por subvenciones, políticas a cuatro años vista. Tenemos el clientelismo de la política y el partidismo nacional metidos en un pueblo de 300 habitantes. Hay un clientelismo respecto a las siglas que impide un crecimiento. Hay un problema muy serio en ese sentido: dependiendo de si tu partido está en la Diputación o en la región le doy dinero a tal o cual… Es un problema muy serio en ese sentido. Luego hay un montón de profesionales en la zona a los que no nos toman en serio. Al que es de la zona, como Salvador [Jiménez Ramírez, investigador y escritor autóctono] lo amenazan de muerte; y a los que somos un poco más profesionales, como no te hagan caso, te cansas de chocarte con el mismo muro y no les prestas atención.”

Gracias a la declaración de Parque Natural aún quedan paisajes como éste.
Lejos de la masificación, el paraíso. Laguna Conceja.

«Tenemos el clientelismo de la política y el partidismo nacional, que impide el crecimiento. Es un problema muy serio.»

Con la pandemia se han revalorizado entornos naturales como éste, en la laguna Conceja.

Alternativas
Pero ¿hay alternativas? La duda ofende. Es como despreciar todo el potencial de unas tierras ricas en arqueología, historia, flora, fauna, paisajes, senderismo… ¿Se toman medidas adecuadas? Hace poco Naturgy cedió gratuitamente los terrenos de la antigua central hidroeléctrica del Ossero al ayuntamiento de Ossa de Montiel para su rehabilitación y aprovechamiento turístico. La realidad: no hay sobre la mesa ningún proyecto para su rehabilitación concreto. Por contra, se obliga a la demolición del edificio principal, de los auxiliares, del azud y la retirada de diversos elementos de regulación, la compuerta que cierra el paso del agua al canal y la tubería forzada. Básicamente, la destrucción de sus elementos esenciales. Cuando se lo comentamos al Dr. Pedro, sus ojos se abren como platos. ¿Cómo se toma la noticia? “Pues mal. No lo sabía y me estás dejando a cuadros. Es una de las pocas oportunidades que hay para hacer patrimonio industrial. Es uno de los pocos ejemplos que queda en el Campo de Montiel, junto con Membrilla, que acaba de rehabilitar un molino harinero. El Ossero está en ese punto intermedio para alargar ese parque natural, esas rutas a la zona de la Laguna Blanca… En vez de valorarlo nos quitamos de en medio lo que podría ser un hito patrimonial. ¡Es brutal!»

Restos de la central de El Ossero. Patrimonio desperdiciado.

Generador de empleo y riqueza
Pero pongamos las cartas sobre la mesa: es muy fácil desde nuestro ordenador escribir que hay que rehabilitar, que hay que hacer, que hay que invertir… Pero ¿quién pone el dinero? ¿Realmente es tan fácil? ¿Cómo vamos a musealizar unas ruinas tan vetustas? ¿No es acaso todo una feliz utopía inabordable? Pedro no lo cree así: “El efecto de ruina consolidada se puede hacer. Nadie dice que tenga que ser perfecta, con el tejado perfecto… Simplemente conservar la ruina y consolidarla, darla repasos… Es algo que tampoco saben ver, ¡con el patrimonio que tenemos!” ¿Quién tiene que verlo? Y, sobre todo, ¿cómo se puede hacer? Resultará complejo y difícil. ¿Merece la pena? “Es cosa de las mancomunidades. ¿Por qué no se hacen cuadrillas de patrimonio: gente que verdaderamente pueda estar todo el año girando en torno al patrimonio, quitando hierba, restaurando, rehabilitando… Eso es trabajo. Si encima le metes el gran factor de patrimonio de cantería, esa gente serían cuadrillas que se pueden comer el mundo por su cuenta, vía ‘escuela-taller’, aprender la cantería tradicional, hacer tapiales y modos que se han perdido… ¿Que queda media maquinaria? Pues le pones un cartel de cerámica. Son cosas muy sencillas que se podrían hacer. Cuando cosas tan sencillas no se hacen… Ya no sabes si hay intereses de por medio…”

Rutas senderistas, paisaje, flora, fauna, arqueología… Apuestas seguras.

Evitar el vandalismo
Intentemos pensar bien: es factible. Aquí están las propuestas de un verdadero profesional que sabe de lo que habla. No es ni caro ni una inversión a saco roto: dará trabajo, riqueza y futuro. Y, además, una mínima actuación garantiza su conservación y espantará a los vándalos que están saqueando las históricas centrales hidroeléctricas abandonadas por todo el parque: “Cuando se valora y se hacen rutas ya hay un reparo para entrar en esas ruinas y destrozarlas. El que entra ya sabe que no es la ley del oeste. Si no está valorado por las propias empresas de ruta de la zona, es tiempo perdido, y no se recupera.”

Central de Santa Elena. Patrimonio desaprovechado.

Nuevos turistas más curiosos
Quedamos, entonces, en que hay que cambiar el turismo, apostar por nuestro patrimonio y nuestras tradiciones, que no es difícil ni caro, y que con todo se recuperarán modos antiguos (como la cantería) con escuelas-taller que, encima, darán empleo y trabajo a mucha gente a largo plazo. Además, hay una incipiente moda del «turismo de abandono», para visitar lugares históricos olvidados, así que bien promocionado es viable organizar rutas por el parque visitando no sólo las centrales, sino las motillas, las caleras, los canales, manantiales y lugares más curiosos que atraerán a nuevos turistas. El objetivo está claro: descongestionar los lugares más masificados que apenas generan empleo ni riqueza, y derivar ese turismo hacia actividades más culturales y rentables económicamente que, además, serán visitas fácilmente reguladas y controladas, para evitar la degradación del entorno mediante cupos y guías. Todo facilitará su conservación a largo plazo.

«Siempre hay quien se queda con el mensaje. No todos verán la luz, pero hay gente que sí tiene la mente abierta.»

Ver la luz
Añadamos al menú pequeños museos y aulas interpretativas bien montadas, dinámicas y atractivas, por todo el parque. ¿Estamos soñando? “Siempre hay alguien que se queda con el mensaje. Ese es nuestro trabajo de socialización del patrimonio: que hay gente que sí tiene la mente abierta y se lanza a ese tipo de cosas. No podemos pensar ni optar a que todo el mundo vea la luz. Sería lo ideal, pero con que uno o dos vayan ocupando esos nichos, bien vendrá. Es un problema generacional. Igual que ya no tiramos a las cabras del campanario, hay una evolución positiva. La cuestión es que haya gente para valorarlo, si demográficamente va a ser viable de aquí a dos generaciones. Estamos hablando de una comarca muerta. Tiene el certificado de defunción escrito.”

Central de Santa Elena.

Conservar es garantizar nuestro futuro
Aparquemos nuestros complejos de inferioridad: por qué no apostar por Ruidera de verdad. No tiene que parecerse a ningún “Benidorm” de interior. Tiene identidad propia. Es un paraíso propio con sus propios tesoros. Y es hora de valorarlos. No tiene ningún tipo de sentido, y resulta absurdo cuando no incomprensible, tener un museo arqueológico cerrado desde hace años: “Ruidera es un todo. Entender Ruidera es entender su parte natural y cómo esa naturaleza ha sido aprovechada por los humanos. Si nos cargamos el entorno, nos cargamos el ejemplo. Hay un feísmo de grandes proyecciones urbanísticas que rompen el perfil… No digo que tengamos que vivir en casas de barro y cañizo, que bastante penoso era. Pero sí hay que, por lo menos, mantener una ordenación. En el tema patrimonial, claramente, pondría en funcionamiento los museos; no vale de nada hacer cosas para inaugurarlas. No llama a que hablen bien de ellos. ¿Cómo va a ir gente? ¿A qué aspiramos?”

Atardece sobre la central de San Alberto.

Patrimonio infrautilizado
Los autoproclamados adalides del progreso nos engañaron durante demasiadas décadas. En realidad eran conformistas que despreciaron toda esta riqueza, condenándonos a una dependencia económica peligrosa. Pero ¿es posible recuperar una central hidroeléctrica y musealizarla? Ya se ha hecho: en Seira, Huesca, existe una preciosa central de la misma época y maquinaria, completamente conservada y visitable. En Ruidera llegamos tarde a ese nivel de conservación, pero aún se puede aprovechar lo que queda: “Sí creo que es interesante, como en Peñarroya: hay yacimientos que con muy poco se pueden poner en funcionamiento. Tener patrimonio infrautilizado es lo peor. Con muy poco se puede mantener. ¡Hay que tener al menos una central! Perder todas es de ciegos. Y si alguien se cree que a nuestra comarca va a venir una petroquímica que nos va a dar a todos de comer… No. Y la mecanización del campo tira a que cada vez se necesita menos gente. Eso no da trabajo a los jóvenes, así que tienen que ver lo que tienen.” ¿Lo vemos o alguien nos tapa la vista?

¿Quién no ve la riqueza de este lugar? O la cuidamos o morirá.

Héctor Campos.
Gracias a la inestimable colaboración del Dr. Pedro Moya-Maleno