“Demetrio, el de Daimiel» y otros antiguos pescadores con garlitos y trasmallos, en el Alto Guadiana (y III)

CAVILACIONES EN RUIDERA
Por Salvador Jiménez Ramírez

[CONTINUACIÓN]

En el Alto Guadiana, en aquellos tiempos, anualmente se capturaban alrededor de seis mil (6.000) kilos de barbos, unos cuatro mil (4.000) de bogas; más de mil de calandinos, cachos y aproximadamente mil de cangrejos comunes, Astacus fluviátilis, extinguido actualmente. Ya que en la primavera-verano del año 1979, la epidemia de afanomicosis, lo “borró” de la cuenca del Alto Guadiana en unos meses; colonizando el ecosistema la especie invasora americana del cangrejo Procambarus clarkii.

En la época de freza, las vegas, manantiales y riachuelos quedaban plagadas de peces… A partir de marzo que empezaban a desovar las bogas, hasta junio que tenían lugar las “subías” de los barbos, cachos y calandinos, la gente de la zona cogía toda la pesca que podía… Donde la acción reproductora de la piscifauna resultaba más impresionante, era en los aguazales de La Moraleja y zona del Pantano de Peñarroya… El humedal quedaba empaquetado de peces…; acudiendo allí, con cacharros y sacos de arpillera las cuatro o cinco familias de carriceros-zarceros de Tomelloso, entre ellos, los más renombrados, “Los Macacos”, gente de Ruidera, (los chavales no nos perdíamos una…) de otros pueblos, cortijeros, pastores, leñadores, labradores, carboneros que, con solo zambullir los recipientes, los sacaban colmatados de pesca…

“Como pinta la luz del día, pintaban las sombras bajeras de la noche, que era la única luz de las almas errantes…; y en aquella oscuridad las almas que no habían encontrado su espacio, se acercaban a los caminantes y los rozaban, solicitándoles orientación, memoria y arrepentimiento…”. Así se creía y decía entonces…

Demetrio, cuando arribaba a la aldea de Ruidera a hacer pobres acopios de provisiones, principalmente vino, sabía lo suyo de aquellas noches como la “boca de un lobo”… De vegas, de hondos cárcavos; de lagunillos y riachuelos mil, que trazaban cintas de cristal de infinita y cuántica transparencia; donde decían se desencenizaban miles de lunas, a la par que las “guineas” manos y rostros de los carboneros…; y de los jornaleros sus largas quejumbres y caras terreras… Y que Himilce-así se imaginaba-esposa del caudillo cartaginés Anibal, envidiosa de las sirenas, mandó parar su elefante y nadó sumergida por una asurcación cristalina llevada por cien lunas… Demetrio era un individuo muy peculiar… Cuando yo un pequeñajo, retuve en mi mente algo de la impronta de su ser, tenía más aspecto de filósofo o de místico que de menesteroso pescador… Era un fenotipo humano, que no pasaba inadvertido en el entorno… En su fisonomía y figura de casi un metro noventa, se fundían las huellas de una gran fortaleza y energía primeras, muy gastadas ya; el aperreamiento del mucho bregar y la fatalidad de la existencia última… En aquella criatura humana, se daba la fuerza de los grandes contrastes de los atípicos individuos humanos…

Una mujer “muerteó” con un hombre de aspecto enfermizo, que caminaba por las calles de la aldehuela con dificultad y pena: “… y sea lo que Dios quiera, que ya tienes otra cara y no la cara de muerto que tenías días atrás…” El hombre exhaló un largo y hondo suspiro, ansiando sosiego y curación…; y como ausente de aquel espacio y tiempo, también “muerteó”: “… ya estoy más en el otro lao que en este…, y a la casa de nadie que no entre nadie, porque no sabe nadie como está nadie…”.

“Demetrio el de Daimiel”, que, de vez en cuando, después de “echar el hato”, callejeaba con pequeñas paradas allí donde había algo de bullicio; “haciendo hora” para formar parte del “corrillo de almas” que, en las anochecidas más tibias se congregaban en “La Plazoleta” de la aldehuela, para parlotear, confirmar y conformar la fragilidad de la vida; “metió baza” en la cháchara y alargó el “muerteo”: “al final a tos nos aguarda el mismitico dios y aunque no igual barranco si la misma tierra… Y unos mueren de ahíto y otros de comer poquito…”. Cuando Demetrio se pimplaba después de “echar el hato”, dibujaba algo parecido a la cabeza de un cerdo en papelujos, algunos de estraza, que guardaba en los bolsillos de un raído chaleco y remendado blusón y otras veces en la tapia encalada de la casa del “Hermano Gregorio Mal Hato”. Mientras delineaba el bosquejo, semejante a una capsula espacial, vanamente ilustraba a los mirones, (mientras aquéllos, groseramente burlones, se cachondeaban), que algún día en un aparato así, al cual denominaba “Aparato Gorrino”, las personas viajarían por los cielos llegando hasta la luna… Mayores, críos y mujeres “hacían fiesta” de él… Demetrio, resignado; mascullaba para sí: “este mundo está poblado de montoneras de borregos, con cabezas macizas y cuatro gatos con las melonas algo claras… Si los poblachos con las casas mirando al norte, encierran muchas martingalas…” Demetrio, echaba mano de la redoma, forrada de saco de arpillera, que llevaba al costado o a la espalda y trago va y viene, se encaminaba a la covacha, en “amor y compaña de las almas que buscaban su espacio”, de la embriaguez y de su soledad, liberado, tal vez, de los poderes que otros seres nos corrompen o subyugan…

A Demetrio, no le quedaba más remedio que acostrumbarse a la oscuridad y humedad de la espelunca y a la aterradora soledad, cuando entornaba los ojos… En aquel turbio rincón de castigo; a partir de ahora también humilde hogar, escenario de la historia, reclinando la cabeza sobre lo que había sido su vida; tembloroso, escuchando el lúgubre lenguaje, cuarteador de noches, del buho de un sargal, Demetrio salía de la guarida, cuando le “dolía” el hambre, para pescar algo y así mal sobrevvir… Enfermo, ni los días, ni las noches; ni los riachuelos ni las vegas, ya no eran para él esperanza de nada… Demetrio, con muchos sentimientos de desconsuelo…; enfermo, insatisfecho con su exstecia y un paisaje dolorido en su trasfondo, deambulando entre márgenes fluviales, parte hacia Valencia con la imposiblidad de encontrar algo… Tal vez a aquella mujer que se había perdido de su mundo… Y a los cincuenta y tres años de edad, domiciliado en la calle Nicolás Factor, uno, bajo (como así consta en los datos facilitados, tras una encomiable gestión, por don Diego y don Félix, funcionarios del Juzgado de Paz de Argamasilla de Alba), “Demetrio el de Daimiel” fallece, a consecuencia de un edema pulmonar, en el Sanatorio Padre Jofré de Valencia, el día 20 de Septiembre de 1961, por insuficencia cardiaca; “en un sueño estancador de la vida, encaramado en su barquichuelo, bogando por estigios aguazales…”

«Cuevas de Demetrio», junto al Real Sitio de la Magdalena, a unos cuatro kilómetros de Ruidera.