Santa Elena, 40 años de patrimonio histórico expoliado

Ya no ruge el agua bajo sus tripas. Ya no se escuchan las turbinas girar y producir magia: la electricidad que alumbró más esperanzas que realidades. Ya no salen las cuadrillas de madrugada del cortijo aledaño. Ya nadie ríe ni llora, porque ya nadie vive aquí. Y en nada se convierte lo que fue un modo de vida y hoy es ruina. Centrales que fueron futuro, hoy son la vergüenza de quienes su tesoro despreciaron. Y expoliaron. Allá vamos.

Techo de la central de Santa Elena en 2014.

Duele contemplar el cielo abierto a través de su tejado hundido. Es extraño cómo el sol entra directamente en sus tripas podridas. Hasta hace no mucho, la oscuridad, la umbría y las sombras inundaban el recinto abandonado. Eso mantenía el ambiente misterioso, reminiscencia de pasados no tan lejanos. Pero el olvido hizo su trabajo: las vigas de madera se hundieron sobre lo poco que aún quedaba sin saquear. Y el monstruo mostró al cielo sus miserias. Nuestras miserias. Hoy este desangelado escenario hace las delicias de quienes se dedican a allanar ruinas para hacer fotografías tétricas, pero jamás pisan un museo convenientemente adecentado. Nuestras fotografías no pretenden celebrar el abandono y la ruina; quieren ser testimonio de lo que pudo ser y no fue, pues visitamos el lugar frecuentemente para que quedara constancia de cómo fuimos perdiendo año tras año un pedazo de historia por pura desidia.

Edificio principal, 290 metros cuadrados de mampostería y cimentación hidráulica.

Las centrales centenarias de Ruidera
Perdidas entre lagunas, escondidas, casi mimetizadas con el paisaje, surgen aquí y allí esqueletos de piedra y madera; son las antiguas centrales hidroeléctricas de Ruidera, trozos de pasados. Esta central en concreto inició su producción alrededor de 1902 bautizándose con el hombre de Elena Herreros, que aportó quinientas mil pesetas a la sociedad que la puso en marcha, Sedano y Compañía (Real Sitio de Ruidera, Salvador Jiménez Ramírez, Ediciones Soubriet, 2000). Fue la primera central hidroeléctrica en funcionar en las lagunas de Ruidera, dentro del proyecto de aprovechamiento hidráulico llevado a cabo a principios del siglo XX. Remitimos al respecto uno de los muchos trabajos realizados por Salvador Jiménez Ramírez, en su redacción original en el «Día Digital», donde encontrará el lector todos los detalles de mano de su autor original. Nos ahorramos así pastiches de «copia-pega»: CENTRALES HIDROELÉCTRICAS

Fachada de la central Santa Elena.

En plena actividad, era como un monstruo. Un monstruo que bramaba con la fuerza detraída de la laguna. Era difícil dormir en las casas de empleados aledañas. Pero había que dormir: el turno empezaba muy temprano. El frío y la humedad rompían los huesos. En ocasiones la niebla era tan densa que el monstruo desaparecía en ella. El agua venía de lejos; concretamente, casi 4 kilómetros aguas arriba. La toma tenía lugar en una caseta situada en la cabecera de la laguna San Pedro. Una caseta hoy desfigurada y alterada arquitectónicamente.

Imagen de época de la caseta de la toma de aguas en la laguna San Pedro. Foto: Salvador Jiménez.

El agua llegaba por un canal abierto de mampostería revestida de cemento que salvaba los accidentes del terreno mediante pequeños acueductos y túneles. El más resaltable, un acueducto de 155 metros de longitud de pilares y arcos de mampostería y arquetas metálicas, por donde podían circular cuatro mil litros por segundo (aunque la concesión máxima era de sólo tres mil). Así, las aguas evitaban las lagunas Taza, Redondilla, Lengua, Salvadora, Santo Amorcillo y Batana, y caían directamente en la Colgada, rompiendo el equilibrio dinámico natural del río y arrastrando animales que morían ahogados, o de peor forma, en las rejillas de la cámara de carga.

El final del viaje de las aguas era una cámara de carga (de 200 metros cúbicos de capacidad), construida en el cerro de enfrente y encima de la central, de donde partían dos enormes tuberías de noventa metros de longitud, forzadas de chapa de acero, con válvulas de mariposa accionadas desde la misma central, para regular el caudal. Como la central y sus instalaciones quedaban cerca de la laguna Batana, que solía sufrir inundaciones, se trepanó la barrera que contenía sus aguas, y se perforó un túnel en el que se instalaron compuertas de regulación, lo que causó un impacto brutal a dicha laguna.

La cámara de carga y la tubería de abastecimiento, vistas desde la central.
Imagen en la que se ve el canal aún con agua. Foto: ABC 1974.
Compuerta instalada en la trepanación de la laguna Batana.

Abastecimiento ilegal en los años 80
El 24 de julio de 1987, José Ramírez Jiménez, propietario por entonces del hotel «la Colgada», denunciaba en la prensa (Diario Lanza) el abastecimiento de agua potable directamente del canal de la central por parte de ciertos establecimientos, entre los que se encontraba el albergue juvenil y la colonia El Pescador. José acompañaba su denuncia de varias fotografías y aseguraba que dichos establecimientos se abastecían de «agua estancada, de la que diariamente se pueden sacar animales ahogados». Hoy el agua ha dejado de discurrir por este canal, convertido en una pista de arena.

El orgullo del progreso… en 1927
Si hoy causa congoja ver estas infraestructuras centenarias ya dormidas y silenciosas, vetusta arqueología industrial de piedra y hierro, nos imaginamos los pensamientos y vivencias de los obreros y sus familias, cuya forma de vida discurría entre accidentes laborales y los atronadores ruidos del monstruo a pleno rendimiento. Nos retrotrae a aquellos días, concretamente a 1927, una histórica fotografía del archivo de la imagen de Castilla-la Mancha, donde aparece la central vista desde lo alto de la cámara de carga, encima del cerro. La carretera de las lagunas salva las tuberías con un puente estrecho de vallas blancas, sobre el que descansa un vehículo de época. Obsérvese el arco de mampostería aledaño, hoy desaparecido, bajo el que continúan las tuberías tras la carretera. Posan cuatro hombres, indistinguibles por la distancia, seguramente orgullosos de ser responsables, de una u otra manera, del progreso que estaba llegando a estas pobres tierras. La mentalidad de la época no entendía de estudios de impacto medioambiental ni conservación de la naturaleza. Ésta era sólo una herramienta al servicio del hombre.

Fuente: Fondo fotográfico Escobar. Archivo de la imagen de Castilla-la Mancha

Sin turismo aún, podemos imaginar que el estruendo de Santa Elena resonaba por parte del valle, y podía distinguirse en la distancia. De los batanes que asustaron a Don Quijote a la electricidad perfeccionada de Edison. El agua es la misma.

Fuente: Fondo fotográfico Escobar. Archivo de la imagen de Castilla-la Mancha

Si soñamos… No hemos abierto los ojos y ya estamos allí: los obreros intentan pegar ojo como sea. Pero alguien les despierta: hay que empezar el turno. Aún no ha amanecido, con el relente impregnando el paisaje, y la cuadrilla se pone en marcha. Con cuidado de no despertar a los chiquillos, las mujeres preparan los mendrugos del desayuno. Y partía el obrero hacia la fábrica de luz, hacia la central, hacia el «tajo». Entraba en sus entrañas, donde se producía la magia. El olor a maquinaria, olor a metal, olor a hierro mojado, el suelo vibrando. Bajo los pies, el monstruo escupiendo litros de laguna desembalsada.

Vista general del interior de la sala de máquinas en 2011.

Seguimos con nuestro sueño lúcido… Hay alboroto en la sala de máquinas. Una pieza se ha estropeado. El polispasto, un puente-grúa capaz de levantar diez toneladas, facilita la tarea izando la pieza de repuesto. Lo construyó F. Piechatzek, una empresa berlinesa especializada en estos sistemas elevadores. Todavía encontramos por el suelo una chapa con su nombre.

El obrero necesita una llave inglesa más grande. En la pared las encuentra todas ordenadas por tamaños, colgadas en un panel de madera fabricado a propósito.

Panel de madera donde colgaban, ordenadas, las herramientas.

Mientras los operarios trabajaban en la sala de máquinas, junto a las turbinas «Francis», los compañeros controlaban los parámetros del proceso en cuatro paneles de mandos fabricados en mármol, montados sobre bastidores de hierro, que desplegaban los relojes y sistemas de medición con precisión. Estaban situados en un altillo al que se accedía por sendas escaleras de fábrica simétricas con barandillas de metal. En el año 2011 aún quedaba uno de esos paneles de mármol y el bastidor completo.

Panel de mandos de mármol. Imagen de 2011. Hoy ha desaparecido.

Bajo ese altillo estaba el cuarto de los transformadores cuyos componentes fueron fabricados por Siemems-Schuckert, de Alemania. Justo detrás, la subestación distribuía la electricidad a la red con un entramado de dispositivos eléctricos complejo.

Sala de los transformadores.

En medio de ningún lado, entre el olvido y la pobreza, allá donde había trabajo, había obreros dispuestos a ganarse el pan como fuera. Este pan duró setenta años. Visitamos las casas de empleados, abandonadas, peligrosas, en ruinas. Durante esos setenta años, este lugar fue el hogar de varias familias (no muchas), testigo de sus problemas domésticos, sus penas y alegrías, sus fiestas y duelos. Celebraron cumpleaños, padecieron enfermedades, no fueron santos y quizá sí un poco demonios… Despertaron suspicacias y simpatías. Vivieron, en fin, como vivimos todos: creyendo que nuestra historia nunca se perderá. Hasta que se pierde. La suya se ha convertido en paredes pintadas, techos rajados, vigas colgantes, chimeneas olvidadas. Y al hacer la foto, extrañamente, olemos a pan recién hecho. El aroma imposible (un error de nuestro cerebro) nos invita a marcharnos, porque no pertenecemos a esta realidad ni a este tiempo. Pero nos llevamos la imagen, nos llevamos (de algo que nunca vivimos) su recuerdo.

El interior de una de las casas de los empleados. Año 2011, casi medio siglo tras su abandono.

Mientras estuvo en funcionamiento, el ruido del monstruo convivía con el rumor doméstico de los quehaceres ordinarios: madres cocinando, la leña crepitando en la chimenea, los chiquillos jugando por entre los torrentes… Hubo en esta central una pequeña estación meteorológica que ya en los años 50 del siglo XX estaba inoperativa. Hoy no vive nadie aquí. Y eso ha propiciado la degradación de las instalaciones. Acto vandálicos y expolios del patrimonio por los que, aun siendo delito, nadie ha pagado. Pero sigue siendo punible.

Ruinas de antiguas vidas. Las casas de los empleados, donde vivían sus familias.

La instalación de esta y otras centrales fue una de las primeras agresiones que sufrieron las lagunas de Ruidera. Afortunadamente nunca volvieron a funcionar, pese a algunos tímidos intentos en los años 80 y principios de los 90. Nos preguntamos hasta qué punto el factor crucial fuera en realidad su baja rentabilidad frente a otras fuentes energéticas. Pero, en cualquier caso, hoy siguen dormidas. Y esa fue una buena noticia, pues el impacto ecológico era muy caro.

Para incrementar la productividad, se construyeron edificios para guardar las piezas de repuesto y para que pernoctaran los operarios necesarios para instalarlas. Con el tiempo se convirtió en un pequeño cortijo.

Comienzan los actos vandálicos
Causado el daño, cabía la posibilidad de conservar la memoria histórica, que es necesaria para saber quiénes somos, de dónde vinimos. Los edificios y sus maquinarias, abandonadas desde los años 70, pudieron ser recuperados y musealizados. Así se pidió durante años. Infructuosamente. El 7 de mayo de 1984, el escritor local Salvador Jiménez informó por primera vez de los robos que estaban produciéndose sobre este patrimonio histórico. Su titular no podía ser más elocuente: «Las centrales hidroeléctricas de Ruidera están siendo saqueadas». Se calcularon los daños causados en cinco millones de pesetas (más de treinta mil euros, unos 94 mil euros teniendo en cuenta la inflación hasta hoy). Se lamentaba Salvador en el Diario Lanza (archivo personal): «

«Según datos superficiales facilitados por el encargado de Unión Eléctrica, aquí, en Ruidera y por la Guardia Civil, la cuantía de lo robado y destrozado sobrepasa los cinco millones de pesetas, aunque todo está pendiente de una valoración más precisa, que deberán emitir peritos en la materia. Los alternadores de la central de San Alberto aparecen desguazados y machacada, su instalación, para sacar de ellos las bobinas de cobre de 55 kilos de peso cada una. También aparecen desmantelados los colectores y rotores; arrancadas las bobinas y algunas otras piezas del inducido. Tres pequeños transformadores del edificio presentan rotos los cristales y maderas para poder pasar al interior. Conviene resaltar que la acción delictiva de romper las ventanas del inmueble ya se venía realizando desde hace bastantes años. En la central de Mirabetes, la instalación principal, mejor conservada, no ha sufrido desperfectos, mientras que en la más antigua ha sido incendiado el alternador para extraer el cobre. A la de Santa Elena, provincia de Albacete, le faltan varias mangueras de cobre. Este paulatino desguace ya lo venía observando el encargado de Unión Eléctrica, desde el año pasado, en que ya quedara formulada la primera denuncia ante la Guardia Civil, la que ha venido aumentando la vigilancia por tratarse de un caso de primer orden en la provincia, siendo la de Manzanares, Tomelloso y Alhambra quienes más han activado la investigación (en la provincia de Albacete, existe una buena vigilancia por parte de la Guardia Civil y Policía Municipal de Ossa de Montiel), hasta culminar en la aprehensión de los presuntos delincuentes que ya figuraban en “sucesos en la provincia”, en el diario LANZA

Salvador Jiménez Ramírez, diario Lanza. 1984

La oportunidad desaprovechada
Pese a estos robos, el estado de conservación del interior de Santa Elena podría calificarse en 2011 aún de aceptable, con material interesante para habilitar un museo, un aula interpretativa que explicara los aprovechamientos hidráulicos por parte del hombre a lo largo de la historia, y concretamente de estas centrales hidroeléctricas. Con una relativamente leve inversión, se podría haber acondicionado y consolidado este espacio, tan llamativo para el turismo y los estudiosos, pues, como vemos, gran parte de las máquinas se conservaban, incluyendo otros elementos accesorios de la central:

Desgraciadamente, los actos vandálicos y los robos siguieron produciéndose, ya en el siglo XXI. En 2011 aún se conservaban casi todos los elementos, incluyendo uno de los paneles de mármol. Pero poco a poco, año tras año, iba faltando un elemento más. Paulatinamente, los robos hacían desaparecer más piezas. En la siguiente comparación de imágenes, en la que hay que deslizar el cursor central a izquierda y derecha, vemos cómo en 2013 ha desaparecido el panel de mandos, incluido todo su bastidor, las barandillas y muchos elementos de las turbinas.

Deslice el cursor izquierda/derecha.
Izquierda: 2011. Derecha: 2013.

Sólo un año después, en 2014, el panorama era desolador: no quedaba casi nada y el tejado original de madera se había venido abajo. Un escenario en ruinas que no tenía nada que ver con lo que un día fue. Es el cadáver del monstruo, una oportunidad perdida, nuestra historia derruida.

Imagen tomada en 2014. Poco queda por ver.
Imagen tomada en 2014.
Imagen tomada en 2014. La desolación completa anuncia un final esperado.

Por Héctor Campos (que pasaba por allí)