PULSIONES DE DESASOSIEGO AL VOLVER A CONTEMPLAR UNOS RESTOS PREHISTÓRICOS, JUNTO AL RÍO ALARCONCILLO

CAVILACIONES EN RUIDERA

Colonias de berros (Nasturtium officinale) luchan victoriosas en los márgenes del río Alarconcillo, (término municipal de Ossa de Montiel) permaneciendo invulnerables a corrientes y bravas riadas, de tiempo en tiempo recurrentes, cuyas aguas se van aclarando y depurando, algo, a medida que corren hasta desembocar en la laguna “La Sampedra”. En un lecho más alto, como alfombra fría y desnuda de tobazo, formada por eventos hidrogeológicos, a través de milenios, se han ido construyendo finos y vistosos graderíos travertínicos… Ahí donde luchan sin reposo las leyes de la vida, seres humanos tal vez extraviados por un catastrófico y oscuro rodar de la existencia o alumbrados por una misteriosa antorcha, para seguir “jugando” con el agua con la que estaban emparentados, incineraron y enterraron a sus prójimos…

Hoy, en estos últimos días del mes de marzo, vuelvo a visitar la casa de campo y pequeño predio de olivar y viñedo de don Rafael Mora Alcázar, juez de Paz de Ossa de Montiel y de su esposa Mercedes (“Merce”), boticaria excepcional por su abnegada dedicación y profesionalidad, que nos informa sobre los efectos secundarios de la vacuna contra el COVID-19, que le acaban de inocular… “Rafa” y este torpe narrador, hemos vuelto a recorrer aquellos márgenes del río Alarconcillo, pequeño afluente del Alto Guadiana, de escasas “venosidades”, por los que hace un año anduvimos para comprobar la fuerza arrastradora del agua de una gran avenida, fruto de una sañuda tormenta, donde, de improviso, nos topamos con tumbas de un capítulo ignorado de la proyección humana… Realizados, tal vez, en ofertorias ceremonias o apesadumbrada veneración colectiva; como “entregados” a lo que fuera en otros tiempos cristalino manto y también al oscuro “sudario” de la muerte… Hoy, de nuevo, con cierto desasosiego invisible en mí, he tenido pulsiones de estar asistiendo a aquellos funerales; con sus nebulosos hábitos, recogimiento y ceremonias casi religiosos… Me invade la visión de costumbres y ritos, impelidos por una fuerza de supersticiones y atavismo siempre latente, que nos arrastran a los sujetos humanos a la reflexión del destino, de la efímera y perecedera existencia…

Ahí, en la “desnudez” y “pobreza” del lecho fluvial, depositaron los restos de los difuntos, con la esperanza de alcanzar “regiones” de luminosos mundos, sempiternos e imperecederos y también la lluvia de la vida… Hoy, en esas geografías y orografías; hurgando en los berros, junto al correr del río, en cuclillas junto a los restos de un “ataúd” de barro, totalmente menospreciados por quienes, con sus solemnes poses, falsa atención, amabilidad e imparcialidad, alardean de ser únicos en el gobierno de los pueblos, en silencio, en impresión de desasosiego, nos llegan grandes paisajes de torrentes cristalinos y el reposo del todo y de la nada, junto a aquellos seres tristes y afligidos.

Salvador Jiménez Ramírez