LAS MIES SE TRILLABA JUNTO A LAGUNA DEL REY. LA ÚLTIMA PARVA EL AÑO 1980 (Y III)

Cavilaciones en Ruidera, por Salvador Jiménez Ramírez

“Cada nueva experiencia de la vida humana—creo que fue Jung quien lo dijo—tiene dos aspectos: el hecho real puro, auténtico y la manera como lo interpretamos…”.

En estos días, medianamente venturosos, sin entender porqué, siento de forma un tanto emocionante y a veces turbadora, con insomnio de despierto, universos de mi infancia en el paraje donde se trillaba la mies, a la vera de la “Laguna del Rey”; el cual trato de recomponer, en su traslación eterna, mientras aquellos ayeres se van fugando por nimbadas honduras estelares… Desde un cerro con visión espléndida de aquel rodal de “Las Eras”, (círculos en amarillo. Foto año 1969) pegado a la orilla norte de la “Laguna del Rey”, de las que hasta su nombre ha desaparecido…; rememoro el eco de los gemidos de las viejas trillas; el roznido de los rucios y el sonar de la campana, como contagiada de agonías, llamando a misa dominguera. Y recuerdo a aquellos limitados labradores, de abolengo ninguno, fustigando la yunta de acémilas o jumentos, volteando la parva y ordenando los vencejos de esparto, para atar nuevos haces de cereales en el rastrojal… Ahí los muchachos trilladores, achicharrados encima de las trillas, esperando sin propósitos, el cantero de pan con aceite; en un levógiro de aguante, alrededor de la estrella “Sufrimiento”. Retumban de nuevo aquellos reniegos del “amo”, (mientras escupía en sus manos, frotando la saliva, a modo de pegamento, en el mango de la horca) vociferados sin reflexión, con gestos y ojos de cansancio, por la lentitud de las bestias y por el malestar de la existencia: “¡Me caguen…; y en to lo más alto…! Y aquel otro capítulo del que yo extraía sensaciones de experiencia, aprendizaje, lucidez y también dolorosas, cuando varias mujeres, por necesidad e instinto rebañego, se agrupaban, rozando las hacinas de mies, en el “Lavadero de la Laguna del Rey”, (círculos en verde) preparando sitio y losas para lavotear- blanquear pingajosas indumentarias y telas; las que enseguida azulaban con una mezcla polvorienta de color azul a la que llamaban “azulete”. Acción que para mí no tenía razón ni lógica. Estezaban la ropa en ajetreado y bullanguero chinchorreo; como abofeteando con ruidoso cariño el burdo estambre y el torrente de agua que, plagado de calandinos, cachos, cangrejos, lampreas…; discurriendo por manso lecho de junquerales y berros, enseguida se despeñaba, con purificador estruendo, en la singular y cristalina catarata de “El Borbotón”. ¡Qué desagradable estampa la de hoy!

“Las Eras”, año 1980. Entonces ya se escuchaba aquella frase: “mucho en verano y poco invierno…”.

Con muda aceptación de las cosas y humanidad entera, aquellas mujeres cubrían sus fisonomías con oscuros pañuelos, sayas y chambras negras; como si estuvieran celebrando públicos y libres aquelarres o sortilegios… Y con cierto sentimiento de honor, debatían comportamientos usureros de caporales, patronos y fechorías de mozuelos haraganes… En la cháchara-escandalera también barboteaba hervidero de enraizadas envidias, mala fe y rencores: ¡”Tenía que pasar! ¡Sanseacabó”! ¡A ver si vienen algunos amos y nos llaman pa la limpieza…! ¡Ni pa qué las prisas…! y de vez en cuando aquel retador: “¿Qué?”. “El Hermano Gregorio Mal Hato”, enfocaba a las lavanderas y con ingeniosa sorna y cachaza mascullaba para sí: “¿Quién te pondría Ruidera? ¡Ruidera…, ruido! Mientras las madres lavaban, los críos jugábamos a “los santos” con las tapas de las cajas de las cerillas y con pistolas de agua, que tenían un cargador en forma de pera, que llenábamos de agua para “tirotearnos”; correteando en los barrancos de tierra blanca, donde los estraperlistas desengrasaban los odres y dándole vueltas a las paredes del antiguo cementerio, (“pulverizado” de un plumazo, sin dejar rastro, pasados unos años) besando la puerta y las esquinas, (foto portada, con redondeles en negro) canturreábamos con tono de mofa: “¡ya viene la galbana por la era, las borricas del Hermano Mariano nos atropellan…!”. No eran pocos los amos de la mies que apedreaban, tal vez sin intención de matar, a los gorriones que habían basado su dieta en el trigo de aquellas Eras, (escamoteando grano con ansia) de las que, como hemos apuntado anteriormente, hasta su nombre fue aventado… “El Hermano Gregorio, Mal Hato”, mientras faenaba en el trillado, con su talante tan peculiar a la hora de murmurar, prorrumpía por lo bajines: “¡Mal Hato, Mal Hato; a mí me dicen Mal Hato, pero yo buenos gorrinos que mato…!”.

La combinación de entorno natural (que tanta ignorancia, desprecios, mezquindades y avaricias viene soportando) y entorno social, marcados por diversos factores: políticos, legislativos, judiciales, históricos, culturales y otros…, impedían al lugareño obtener del ecosistema, de forma armónica y legal, la materia prima necesaria para el desarrollo, más o menos equilibrado, de la comunidad… Los recursos piscícola y cinegético, habitualmente, sustraídos subrepticiamente; cultivo de cereales de secano y pequeños hortales en régimen de aparcería, paliaron muchas dificultades de abastecimiento del vecindario… Aquellas gentes, en aquel horizonte de penurias, que solo imploraban, amparo, lluvia, pan y sol, han venido pasando por experiencias de muchas manipulaciones; teniendo siempre frente a sí a regentes figurones y tramposos; a falsos “jatib”; a jerarcas linajudos de rumboso y dudoso abolengo y a cínicos logreros que, andando el tiempo, han utilizado los condicionamientos y “bamboleos” del indígena; los interesados silencios de apreciados advenedizos (excepción de alguna puntual, pequeña y osada franqueza, inadvertida) y las dificultades insalvables, que trajeron consigo la “tela” fácil, los egoístas conceptos antropocéntricos y la quebradora huella antrópica; amalgamado todo (en excelente y centrípeta resiliencia) con martingalas entre preponderantes y sometidos, y entre clanes arrogantes e intocables…; para los que no hay LEY que valga…

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